Algunas personas me han preguntado quién era Dª Catalina González Montero y por qué tiene la única lápida en la iglesia de Lastras, situada en la capilla del lado del evangelio.
Bien, antes de decir quién era esta mujer, hay que comentar que la iglesia de Lastras, como todas las iglesias antiguas es un lugar de culto pero además, era un lugar de enterramiento. Así, la tumba de Doña Catalina debía ser una de las más suntuosas pero no era la única que había en el suelo de la iglesia. El suelo estaba cubierto de losas, que se levantaban y cerraban para ir enterrando a los difuntos.
La Real Orden de 2 de junio de 1833 vino a terminar con esta costumbre prohibiendo el enterramiento en las iglesias. A partir de este momento se utiliza exclusivamente el actual cementerio, que en aquellos tiempos era llamado Cementerio Provisional, ya que hubo ciertas dudas entre si hacer el camposanto exigido junto a la ermita de la Virgen de Sacedón, o seguir enterrando en los alrededores de la ermita del Humilladero como ya se había hecho de forma intermitente años atrás.
Catalina (el doña no se le otorgó en vida) llegó al pueblo hacia 1814, junto a su marido Rodrigo Baeza. Él era de Fuentepiñel y ella de Cuéllar. Rodrigo debía tener cierta cultura y al poco de llegar se hizo con cargos que le permitió tener ingresos para vivir dignamente, fiel de hechos y sacristán. Ignoramos cómo un recién llegado se hizo con estos cargos, pero seguramente fue favorecido por dos circunstancias: primera, pudo tener que ver la presencia en el pueblo de otro Baeza, Antonio Baeza, tío de Rodrigo, que ocupaba estos cargos anteriormente; y segundo, la influencia de Juan Antonio González, el cura de Hontalbilla, con el que Catalina podría tener parentesco al coincidir el apellido y con el que tenía una fuerte relación, ya que fue padrino de sus hijos varones.
El matrimonio tuvo tres hijos: Tomás, Eduardo y Juliana. Tomás llegó a ser deán de la catedral de Segovia y podéis leer su vida en un interesante artículo de Mikel Herrero publicado en esta misma web. Eduardo se posicionó bien en Segovia como empresario. De la hija menor, Juliana no sabemos nada.
Imaginamos que la vida del matrimonio transcurrió en Lastras sin mayores sobresaltos hasta la muerte de Catalina en 1833. En esta fecha ya recibe cierto tratamiento al ser la mujer del sacristán, pero se la entierra sin más boato con las losas de los demás vecinos.
Rodrígo Baeza siguió viviendo en Lastras y se casó nuevamente con Manuela Sanz, aunque el matrimonio duraría poco tiempo ya que esta moriría en 1840. Es por esas fechas cuando tenemos las últimas noticias de Rodrigo Baeza en el pueblo. Al parecer se fue a Navalmanzano donde por aquel entonces vivía su hijo Eduardo, desapareciendo toda la familia de Lastras.
Transcurrido el tiempo, en 1879, los hijos de Catalina, que habían prosperado fuera de Lastras, ordenaron hacer una nueva sepultura para su madre, más acorde con el estatus social alcanzado por aquellos. Precisamente, esta lapida es la que podemos contemplar hoy en día.
De todas formas, el cuerpo de la ya sí, Doña Catalina, soportaría poco tiempo el peso de esta lápida, ya que en 1887, su hijo Tomás Baeza, ya con una brillante carrera eclesiástica, manda trasladar los restos de su madre. No sabemos dónde acabaron pero seguramente sería en la Catedral de Segovia donde Tomás Baeza era ya deán. Tomás dio una generosa limosna a la iglesia de 350 pesetas de la época por las molestias del traslado, 250 para obras, 50 como derechos de traslados y otras 50 como limosnas varias.
Los hijos de Rodrigo y Doña Catalina se habrían ido pronto de Lastras para cursar estudios, aunque nunca se olvidaron del todo de su pueblo y hoy todavía podemos ver algunos recuerdos suyos. Tomás donó la verja que hoy se encuentra en la antigua puerta de la casa del cura y todavía está su nombre inscrito en ella. Esta verja, seguramente, era la que cerraba la sacristía vieja. También tenemos noticias que mandó hacer un altar para la iglesia. Aunque no sabemos qué altar es, tenemos noticias que fue repintado y ampliado en 1892. En 1878 intercedió ante el obispo para trasladar a Lastras un altar para la Virgen de Salcedón, ya que el que tenía entonces estaba muy deteriorado y casi inservible. Al parecer, encontró un altar en desuso en la Iglesia de San Miguel de Segovia, pidiendo permiso para trasladarlo a la ermita, según se desprende de la copia de la documentación que me ha proporcionado Miguel Angel Fernández.
Eduardo Baeza también se acordó de Lastras y donó el púlpito en 1880. Su hijo fue militar y le dedicaron una calle en Navalmanzano.
Esta es la historia de la lápida de Doña Catalina, mujer que sólo fue importante por ser la madre de Tomás Baeza González, deán de la Catedral de Segovia.
2 respuestas
Muy interesante, gracias.