Dentro de artículo merecen una consideración especial Los Porretales de Lastras, fragmento que a continuación reproducimos:
Todas las fresnedas se parecen, pero Los Porretales, la fresneda de Lastras de Cuéllar es especialmente querida; se trata de una finca de cien hectáreas lindera al río Cega, adquirida por cien pesetas tras la Desamortización de Mendizábal y de la que la mayoría de las familias del pueblo cuentan con participaciones en forma de céntimos, de manera que podría considerarse una finca cuasi comunal, aunque no pertenezca al municipio; está poblada de fresnos y en alguno de sus extremos, en las laderas arenosas, crecen también pinos centenarios; tradicionalmente ha sido aprovechada para pastos vacunos y caballares. Tan hermosa es que se la conoció también con el sobrenombre de Valparaíso. Los fresnos de Los Porretales, salvo excepciones, no han sido desmochados y crecen de manera natural alcanzando con facilidad los veinte metros de altura. Respondiendo al eco paradisiaco de su nombre, la finca es una delicia sobre todo en los meses de primavera en los que el agua fluye en múltiples arroyuelos entre la hierba que se llena de flores blancas y amarillas, las llamadas chiribitas y botones de oro. Su hierba adquiere matices de verde trébol. Es fácil en esos meses escuchar el croar incesante de las ranas. El paseante que se acerca por allí tiene la sensación de que el mundo estuviera recién estrenado. Por tradición en los Porretales pastaba una vacada a la que casi todos los labradores de Lastras de Cuéllar contribuían con alguna cabeza y a cuyo cuidado quedaba una familia de vaqueros buena parte del año. En el invierno se hacían cortas, es decir, se podaban el ramaje de los fresnos y los labradores acudían con sus carros que volvían al pueblo cargados de leña para combatir los fríos. La leña de fresno, por su densidad, aporta muchas calorías. Un año, a principios de los cincuenta del siglo xx, en época de cortas, murió un mozo de veintiún años llamado Francisco de Frutos al caerle encima una rama gruesa. El recuerdo de la muerte del joven empaña el lugar de melancolía.
Pese a los seis o siete kilómetros de distancia con el pueblo, el último día de las fiestas de septiembre muchas familias se desplazaban en carros o en caballerías para celebrar una comida campestre en sus praderas y aprovechaban la jornada de asueto para llenar la cesta de moras, muy abundantes. En la actualidad la finca, arrendada a una empresa ganadera, ha adquirido cierta celebridad ya que, bajo las ramas de los fresnos, pasta una manada de bisontes europeos procedentes de Polonia y la gente, movida por la curiosidad, acude a observarlos tras la alambrada.
Quienes deseen comparar el efecto catastrófico que deja la tala de una fresneda lo tiene muy fácil si se acerca a conocer Los Porretales de Lastras. Siguiendo el curso del río Cega, donde se acaban los fresnos, comienza lo que hasta 1970 fueron Los Porretales de Cabezuela, en realidad una sola finca en su día. Lo curioso es que Los Porretales de Lastras quedan en la zona cercana a Cabezuela y, por el contrario, los de Cabezuela se sitúan en la zona más cercana a Lastras. Pues bien, al finalizar la década de los sesenta, debió de pasar por Cabezuela una persona con afanes especulativos y propuso a los múltiples propietarios que talaran los fresnos y plantaran en su lugar una chopera. Todo en aras de la rentabilidad. Se talaron tres mil fresnos, me contaba Francisco Antón, hijo de Mariano Antón, «Morata», maderero sepulvedano, que se encargó de la tala. En realidad los campesinos han sobrevivido históricamente a costa de sudores y sacrificios. Es fácil engatusar a la gente en apuros con embelesos de tierras prometidas. En aquella época Los Porretales no gozaban de protección. Las autoridades forestales darían permiso para que la tala se llevara a efecto. Una barbaridad. No sé cuál es el resultado económico. Los propietarios de Lastras que arriendan la finca para pastos, cobran por añadas y reparten el monto del arriendo de manera proporcional a su participación. Supongo que los propietarios de Cabezuela harán lo mismo cada quince o dieciocho años, cuando se llevan a efecto las talas de los chopos. Ahora bien, Los Porretales de Lastras conservan el candor primigenio de una finca que nos hace rememorar el paraíso, mientras que la finca de Cabezuela carece de alma; como si los chopos, actuando de secante, hubieran esquilmado el encanto del lugar. Allí no veremos nunca a la cigüeña negra, ni escucharemos el piar enloquecido de los pájaros, ni escucharemos el croar de las ranas; en un talud, se amontonaban hasta no hace mucho los tocones de los pinos y fresnos para dar testimonio de la barrabasada que se cometió y que, por contraste con los Porretales de Lastras, ahora resulta más palpable.