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Tocones y toconeros en la tierra de pinares de Segovia

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Hay que hacer un esfuerzo imaginativo para remontarse tan sólo unos años atrás, hacia 1960, en la comarca de la Tierra de Pinares de Segovia para comprender los duros trajines en los que empleaban sus habitantes el llamado tiempo muerto de invierno. Tanto labradores como resineros habían terminado en esta época su trabajo habitual; los labradores la simienza y los resineros, desde mediados de noviembre hasta principios de marzo concedían un descanso a la explotación resinera del pinar. Pero ellos no descansaban; salvo en los días de grandes nevadas, los hombres se veían siempre envueltos en quehaceres que les mantenían activos para encarar las necesidades; una de esas necesidades era la de allegar leña hasta la casa para cocinar los alimentos durante el resto del año y para caldear la casa en los días de intenso frío invernal.

La presión de los vecinos hacia el pinar viene de lejos; y no sólo como fuente de madera suceptible de transformación en objetos; sino como fuente de leña. Las ordenanzas fechadas en la villa de Sepúlveda el 21 de Julio de 1381, aprobadas de consuno entre las comunidades de Sepúlveda y Cuéllar para el aprovechamiento de pastos y leñas en los pinares que mantienen en común, lo pone de manifiesto, señalándose multas de «20 maravedís al que fiziere rayos en los pinares comunes; 4 maravedís por cada pino verde derribado; non haya pena alguna «por leña seca y tocones de tea secos; 4 maravedís al que labre o sacare de la cahuerca del pino verde» (1).

En 1492, ambas comunidades, redactan de nuevo ordenanzas en las que «respetando una antiquísima costumbre, cada comunidad podía dar licencia a sus vecinos y vecinas «para cortar maderas en los dichos comunes para fazer casas de nuevo, o para reparar las que tienen todo lo que ovieren menester e non para otra cosa alguna»» (2).

En estas nuevas ordenanzas, además de incrementar las penas por cada pino talado o por hacer rayos, es decir por cortar las ramas bajeras, se prohibe expresamente hacer carbón de los cándalos o de los troncos por el destrozo que representa, tanto para el pinar como para la pradera, ya que tapaban el horno con los cepellones. Tan Sólo se permitía hacer carbón de las piñas.

No obstante, las infracciones son tan numerosas que en 1512, el concejo de Cantalejo, a fin de recabar colaboración vecinal asigna al acusador una tercera parte de las penas que se impongan a los infractores, siendo el resto para el concejo (3).

En 1544 el concejo de Cabezuela redactó unas ordenanzas «Por cuanto ay falta de montes e recibimos mucho daño en ellos» (4), estableciendo penas por cada rama o cada pie de encina o pino que se corte o por sacar tocones de los pinos.

Como se ve la presión del hombre sobre el pinar goza de abolengo y ha persistido prácticamente hasta 1960, cuando comienza a introducirse en los pueblos el gas butano cuyo uso se generaliza en poco tiempo, liberando a las casas de la servidumbre de la leña, al menos para cocinar, ya que su uso sigue estando muy extendido en calefacciones y cocinillas que ahora cumplen, sobre todo, la función de caldear la casa en los meses de invierno. Ello ha aliviado la presión que sufrieron las leñas hasta esa fecha junto con el retroceso demográfico experimentado en el medio rural, hasta tal punto que hoy se deja pudrir mucha leña en los pinares porque es mayor su abundancia que la demanda que hace la gente de ella, de modo que, por primera vez, aquellas preocupaciones que tantos quebraderos acarrearon a los viejos habitantes de la Tierra de Pinares han sido superadas.

Sacar tocones

El objeto de este artículo se centra, fundamentalmente, en los tocones como suministradores de leña en la Tierra de Pinares de la provincia de Segovia. El D.R.A.E. define el tocón como «parte del tronco de un árbol que queda unida a la raíz cuando lo cortan por el pie». De los tocones parten las raíces de las que se nutre el pino que a veces alcanzan ocho o diez metros de largas; son más gruesas cuanto más superficiales. La raíz central del pino, llamada «nabo» se llega a hundir hasta dos metros bajo tierra, a no ser en ciertas zonas donde, bajo la capa de arena, en la que comúnmente se asientan los pinos, apareciera casi de inmediato una capa tobiza que impidiera el desarrollo del nabo; en ese caso se dice que el tocón está «sentado», es decir, cuando la raíz no penetra mucho hacia abajo. Cuanto más profundo es el nabo más delgadas son las raíces laterales. Serás esas raíces que parten en todas las direcciones las que crean verdaderas dificultades para extraer el tocón, por lo que hay que empezar haciendo una hoya con pala y azadón en forma de semicírculo de un metro aproximadamente de largo desde el perímetro del tronco; con esta hoya se tiende a dejar el nabo al descubierto ya que es el que presenta más resistencia. Las raíces laterales, conforme van quedando libres de la arena que las cubre, son cortadas con el hacha. Y tras las raíces laterales y el nabo, se cortaban las raíces superficiales de la parte contraria a la hoya. Se aprovecha entonces el vacío dejado por la hoya para enganchar un estrinque desde el tocón a una argolla del carro; la fuerza de los animales (bueyes o machos) generalmente vence la resistencia de las raíces más profundas. En ocasiones era tanta la fuerza que hacían los animales que el carro se quedaba en vilo. «Se han roto muchas maromas sacando tocones. ¡Menudos sudarios!», nos comentaba uno de nuestros informantes.

Una vez arrancado el tocón, no concluían los trabajos pues era necesario recortar las raíces más grandes para que cupiese en la caja del carro; también era preciso improvisar un cargadero en medio del pinar para cargar el tocón con el mínimo esfuerzo. Este cargadero se realizaba haciendo unas roderas profundas aprovechando algún declive del terreno, de modo que la caja del carro quedara lo más cerca posible del suelo para facilitar la carga del tocón.

Trasladado a casa, el tocón se desmenuzaba con el tronzador o a base de hachazos y de cuñas de hierro o de encina aplicadas en las coyunturas de la madera. Ocasionalmente se han hecho ripias y tablas de matar; también han sido muy codiciados para teas e, incluso para tallar imágenes. La madera de tocón es fundamentalmente de tea, es decir, con mucha concentración de resina ya que prácticamente carece de albura.

Hasta la llegada de la luz eléctrica, las teas eran usadas para alumbrar el interior de las casas; de hecho, en los hogares, junto al llar, había un lugar llamado teero, porque era ahí donde se colocaban las teas.

La madera de tocón se empleó mucho en las fábricas de achicoria de Cuéllar, Hontalbilla o Lastras. De hecho, muchos jóvenes se organizaban en grupos para extraer tocones con el fin de vendérselos a estas fábricas. En Cantalejo existe una plaza llamada de los Tocones porque allí se amontonaban antes de que fueran los camiones a cargarlos; las fábricas retrasaban el momento de la carga para que perdieran humedad ya que se vendían a peso, unos doce o catorce céntimos por kilo en los años cincuenta.

Dado que se consideraba como aceptable una media de dos tocones por día y persona, puede deducirse que el jornal obtenido después de tanto trabajo resultara escaso. Los hombres sacaban tocones inducidos por esa filosofía que se deriva del refrán: «poco se gana hilando, pero menos mirando».

Dada la dureza del trabajo se acuñó un dicho que alude, casi desafiante, al orgullo que mostraban los hombres que se dedicaban a esta tarea: «El que tenga cojones, que saque tocones».

CANDALOS Y CANARAYOS

Como complemento de la leña aportada por los tocones, los toconeros solían cargar también los cándalos o rayos que nombran los documentos antiguos y que han dado lugar a la palabra pinariega «canarrayos».

Cándalo procede del verbo latino «cándere», arder, y se aplica a las ramas secas de los pinos que habitualmente se sitúan en la parte baja de las copas, a veces a seis o siete metros de altura. Para quebrar estas ramas se valían de la garrancha, una herramienta de hierro que terminaba en forma de hocete a la que se añadía un mango de cinco o seis metros, generalmente un chopo joven y seco. El mejor momento del día para quebrarlas era a primera hora de la mañana, dado que conservan el hielo de la noche y entonces, ante la presión «chiscan», es decir rompen mejor. A pesar de todo había ramas que se resistían y era preciso enganchar el varal o mango de la carrancha al carro.

Los canarrayos son los muñones de los cándalos que, tras ser quebrados, quedan en el pino.

Dada la codicia de que era objeto la madera, cada ayuntamiento, una vez asignadas las cortas a los madereros que habían ganado la puja, distribuía el pinar en suertes y asignaba a cada vecino los tocones correspondientes. Pero antes de proceder al sorteo el ingeniero se personaba en el pinar para marcar la cara del tronco cortado y la cara del tocón con un «martillo», una especie de marchamo para evitar picarescas y fraudes ya que era muy frecuente ir de matute al pinar por la noche, a pesar de las multas que se imponían. Lo que demuestra que la necesidad era también mucha.

MATUTEROS y MATUTADAS

Era frecuente que ciertas personas salieran a cortar leña por la noche; se las conocía con el nombre de matuteros. Existe un anecdotario riquísimo sobre el particular. En caso de ser sorprendidos el ayuntamiento requisaba la carga de leña para la escuela; además el alcalde estaba facultado para imponer correctivos y penas leves de privación de libertad, consistentes en pasar unas horas al día encerrados en las dependencias municipales. Estas penas se imponían cuando los cándalos eran aprehendidos verdes o cuando se robaban pinos. Se han robado muchos pinos en la Tierra de Pinares. A veces con la aquiescencia de los guardas.

En cierta ocasión, a principios de siglo, se juntaron tres hombres para robar un pino por la noche en el pinar de Muñoveros. Fueron sorprendidos por los guardas en plena faena pero dos de ellos, salieron huyendo. El dueño del carro y la yunta no podía hacerlo. Cuando los guardas le pidieron los nombres de sus compañeros, él se negó a delatarlos; se enconaron los ánimos de tal modo que fue juzgado en Segovia y le impusieron treinta días de cárcel. Entonces había que cumplirlos aunque se careciera de antecedentes. Cumplida la pena el hombre regresó feliz al pueblo portando una bolsa de malla de colores muy vivos que mostraba orgulloso a todo el que entraba en su casa: el director de la cárcel le asignó el puesto de recadero con lo que entraba y salía sin cortapisas. En la cárcel estaba entonces preso el último reo que fue condenado a muerte en Segovia, acusado del célebre crimen del Francés. Como quiera que el matutero le había hecho muchos recados, el reo, para compensarle, le regaló aquella bolsa, pues le habían anunciado una posible redención de la pena por el trabajo y se había convertido en un experto en trenzados de malla. Poco después fue ajusticiado en el cerro de la Horca y el matutero regresó a casa muy orgulloso con la bolsa.

Todo el mundo tiene una historia que contar en su vida, algo sorprendente que le ha ocurrido; la del matutero era esa: robar un pino, la cárcel y la bolsa del reo que mostraba orgulloso como si fuera un trofeo.

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NOTAS

(1) FUENTENEBRO ZAMARRO, Francisco: Los briqueros y la gaceria, Ayuntamiento de Cantalejo, 1994, p. 21.

(2) Obra citada, p. 22.

(3) Obra citada, p. 28.

(4) Obra citada, p. 30.

Tengo que agradecer la colaboración inestimable de Miguel de Santos Otero (Muñoveros, 1921) y de Emiliano Martín Díez (Lastras de Cuéllar, 1929). Ambos han sacado tocones y me han facilitado los datos esenciales de este artículo.

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